Tres caballeros y una asombrosa montaña - Post II

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

Tres caballeros y una asombrosa montaña

Revelación. La historia dice que Machu Picchu fue “descubierta” el 24 de julio de 1911 por Hiram Bingham. Un siglo después, de puño y letra del propio Bingham se sabe que las cosas fueron distintas.

Por: Alexia Beck K* Viajera.


En 1913 el mundo conoció a través de la prestigiosa revista “National Geographic” el hallazgo de la “ciudad perdida de los incas”. El crédito se lo llevó Hiram Bingham, quien realizó una expedición financiada por la Universidad de Yale y la “National Geographic”. Y esa historia circuló como ciertísima e indudable por cerca de un siglo. Pero como dice la canción “sorpresas te da la vida”.

Y una verdadera sorpresa es lo que se ha encontrado en la libreta de campo de Bingham. Allí, escrito de su puño y letra, se lee textualmente: “Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu, él vive en el pueblito de San Miguel”.

La historia de los tres descubridores cusqueños
Hoy se sabe que Agustín Lizárraga llegó a la ciudad perdida de los incas nueve años antes que Bingham —el 14 de julio de 1902—, y que luego sería guía de campo del grupo de exploradores de la Universidad de Yale. Lizárraga fue un conocido hacendado cusqueño, quien exploró la zona a inicios del siglo XX, junto con sus paisanos Gabino Sánchez y Enrique Palma. Algo que en los círculos cusqueños nunca se puso en duda.

Es más, hace algún tiempo, una información aparecida en el diario “La República” mencionaba que el ex alcalde cusqueño José Gabriel Cosio (1887-1960) —uno de los primeros peruanos en visitar Machu Picchu, poco después de Bingham— llegó hasta allí, según su propio testimonio, siguiendo la ruta de Agustín Lizárraga. Está bastante claro hoy que Hiram Bingham fue modificando la historia a su antojo, incluso hasta el punto de borrar toda contribución local. Y esto en gran parte le fue posible debido a la temprana desaparición de Lizárraga, quien en un segundo viaje hacia Machu Picchu —en plena temporada de lluvias— al tratar de cruzar el río Urubamba, fue arrastrado por la fuerza de sus aguas, sin que jamás se encontraran sus restos.

El acuerdo con Yale
Según informa la historiadora Mariana Mould de Pease (importante estudiosa y defensora de esta llacta inca), fue Augusto B. Leguía, por intermediación de su homólogo estadounidense y del norteamericano Albert A. Giesecke —por entonces rector de la Universidad del Cusco— quien facilitó a Hiram Bingham todos los permisos para emprender su empresa. Mediante dos autorizaciones se le permitió, además, llevar a su país las piezas arqueológicas y documentos que hallara.

Supuestamente todo esto debía volver al Perú, tras ser estudiado por 18 meses en la Universidad de Yale. Eso fue a principios del siglo XX, ahora en pleno siglo XXI las piezas siguen en la universidad de Yale y nuestro país se ve estancado desde hace algunos años en una demanda para la repatriación de estas piezas.

Piezas cuyo retorno serán un homenaje a la memoria de esos tres caballeros cusqueños: Lizárraga, Sánchez y Palma, verdaderos descubridores de esta maravilla del mundo escondida entre la niebla y el frondoso verdor de la montaña.

El trabajo y la solidaridad
Sobre esta maravilla peruana ha escrito el biólogo Benjamín Collantes: “En la nueva alborada, a los pies de estas montañas sagradas, duerme la portentosa ciudad de Machu Picchu cubierta de una gigantesca sábana de niebla, que al amanecer miles de cabellos dorados del dios Inti la iluminan. Así, durante cientos de años ha dormitado sin inmutarse del tiempo inexorable. Probablemente no haya otro himno milagroso de la arquitectura que supere a Machu Picchu, orgullo supremo del hombre andino, que luce como una diadema en la frente; la diadema de la dignidad el trabajo y de la solidaridad”.


  • Fuente y fotografias: El comercio - Perú.

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